domingo, 26 de mayo de 2013

La mesa de los cuatro gobernadores

Estoy con un nuevo libro. Es una historia que continua con unos viejos conocidos, Marta, Julio, Adrián y Marcos. Son los protagonistas de La cueva de los Doblones. esta vez, en el mismo marco de Mohedas de la Jara, tendrán que resolver algunos misterios relacionados con La mesa de los cuatro gobernadores. Es una mesa donde, según la leyenda, los gobernadores de Ciudad Real, Toledo, Badajoz y Cáceres podían reunirse y estar sentados cada uno en su territorio. El lugar donde se juntan estas cuatro provincias está en medio del pantano de Cijara. Es una pequeña isla. Como siempre, os dejo el primer capítulo. Es un poquito largo pero espero que os guste.

Viernes 20 de diciembre
1

            A pesar del escaso número de habitantes, en aquel pequeño pueblo de Toledo había varios bares. No serían más de setecientas personas empadronadas, quizás el doble en vacaciones. Lo mejor era que cada tasca se había especializado. Una para los aperitivos, otra ofrecía buen café y mesas para el juego de cartas, otra resultaba mejor por la noche. En una de ellas, solían reunirse los más jóvenes, sobre todo en las vacaciones de Navidad. El resto del tiempo estaba casi abandonada, salvo por unos pocos viejos que no jugaban la partida de cartas al mediodía y preferían beber solos. El sitio recibía el nombre por su dueño: el bar de Abilio.
            Nada más entrar en el local, a mano derecha, había una enorme barra. Todo allí tenía unas dimensiones descomunales aunque solo la atendía un camarero que pocas veces debía estresarse, a pesar de los paseos de un extremo a otro de sus dominios, como un soldado cansado durante la guardia. Después, unas cuantas mesas descolocadas ocupaban la mitad de la gran sala, más bien para no dejarla desierta y deshabitada. En el otro lado, la mesa de ping-pong parecía una mesilla de noche a causa del gran espacio libre que la rodeaba. Ya pegadas a la pared, para esperar el turno del juego, habían puesto unas viejas sillas de madera todas unidas y con el asiento reclinable, pues se usaban en el antiguo cine ya cerrado. Daban un toque de antigüedad.
          
            En este bar se iban a reunir cuatro amigos, al menos en eso habían quedado en los últimos correos intercambiados entre los tres que vivían en Madrid. Al cuarto, llamado Marcos, le avisaría Julio con el viejo sistema de ir a la puerta de su casa y gritar el nombre tres o cuatro veces, pues no tenía internet, ni siquiera intención de convencer a su padre de que era necesario para tener amigos.

Adrián llegó el primero y pasó un mal rato. Se quedó paralizado delante de la barra, como si fuera un conejo deslumbrado por los faros de un coche. De inmediato, con la cabeza agachada, se sentó en un viejo taburete con la espuma asomando entre el escay rajado. Hasta ahora, el joven no solía salir de casa de su abuela pero todo había cambiado el verano anterior. Gracias a su dominio de las nuevas tecnologías y sobre todo al hecho de que las tenía a mano, sus nuevos amigos y él pudieron salir bien parados de una gran aventura, de esas que suceden en las películas. Mientras esperaba, decidió volver su mirada hacia atrás y ver en su cabeza el guión de finales de verano. Se acordó del medallón que encontraron en una tumba abandonada, gracias a un detector de metales, del indio que se quiso hacer con él y del mal momento que vivieron en la cueva de los Doblones. En definitiva, descubrieron un tesoro inca que casi les cuesta la vida. Lo había enterrado allí un indiano.

-          ¿Quieres algo, chaval? –preguntó el camarero con voz ronca.

-          Eh…no –respondió Adrián tras despertar de sus recuerdos-, cuando vengan mis amigos.

Se bajó deprisa del taburete y decidió refugiarse junto a la mesa verde de ping-pong. No había nadie, lo cual le alivió. Sacó su móvil y agachó la cabeza. Durante un tiempo estuvo pasando muy despacio las fotografías. Algunas eran de algún recorte de prensa del verano pasado. Por unos días, habían sido famosos, hasta que comenzó el colegio y cada uno volvió a su rutina habitual.

Se detuvo en una foto del grupo. Él mismo había sido el héroe salvador, pero se sentía mal cuando se veía. Estaba tan gordo… Menos mal que su aspecto físico lo suplía con la inteligencia. Además, la camisa de botones desentonaba hasta el extremo con la ropa que llevaban puesta los demás. Lo peor es que tampoco sabía relacionarse muy bien. Con Marcos y Marta se encontraba más o menos a gusto, mientras que no tragaba a Julio. El asunto era mutuo y eso que se conocían de mucho antes del asunto del medallón.

-          ¿Qué tal, Adrián? – una chica le golpeó con suavidad en el hombro.

Ni se había dado cuenta de que Marta ya había llegado. Se puso de pie y antes de que se incorporara del todo, su amiga le había soltado dos besos en la cara. Ojalá no haya notado el calor de mis mejillas, pensó el joven. Un color rojo hizo que hasta sus labios parecieran blancos.

-          Eh…bien, bien –acertó a decir el joven.

Su vergüenza no le abandonaba nunca, más aún con una chica. Incluso después de haber vivido la aventura del verano. Comenzó a mirar a todas partes. Su deseo: que lleguen enseguida Julio y Marcos. Aquella chica era realmente hermosa. Su figura la formaban unas líneas suaves, sin exageraciones. Ayudaba el tipo de ropa que usaba, siempre un poco más amplio y con colores claros. Así resaltaba su rostro moreno. El pelo lo llevaba muchas veces recogido, una muestra de su cabeza ordenada. Solo se escapaba un mechón, como si fuera la señal de que siempre se lanzaría ante una buena aventura.

Marta se sentó junto a él. Hubo un silencio embarazoso hasta que ella preguntó por los estudios. No había otro tema mejor para Adrián.

-          Como siempre, mucho trabajo –respondió de nuevo con la voz ronca-. Mira estas fotos.

Le dio el móvil a su amiga. Aquello le había salvado al menos para los siguientes minutos. Ella pasó las imágenes despacio. Le encantaba verse y observar hasta el mínimo detalle de los demás: Julio y Marcos. Eran tan diferentes…cada uno con su estilo. Eso le llevaba a disfrutar con ellos. Del primero le gustaba su seguridad y sus ganas de actuar, aunque detestaba que a veces quisiera ser el mejor de una forma evidente. Vestía casi siempre con ropa de marca y a la última. Del segundo se quedaba con su tranquilidad, su raciocinio. Pero que en ocasiones parecía que no tenía sangre. Sus polos eran siempre iguales unos y otros, solo cambiaba el color.

Por eso formaban los cuatro un equipo perfecto, ya que Adrián ponía la tecnología y ella la inteligencia fina, el sexto sentido que hacía falta para rematar los dilemas. También su encanto, por supuesto.

Mientras pensaba todo esto, se colocó el mechón de pelo hacia atrás, acomodándolo en su coleta ya perfecta. Su compañero se quedó con la boca abierta. Tenía una cabellera tan tupida, que le hubiera gustado acariciarla. Le despertó un grito que llegó desde la puerta. Julio los saludaba a voces. No le preocupaba ni lo más mínimo llamar la atención de los demás. Se le notaba contento de verlos, aunque quizás se alegraba más por encontrarse de nuevo con Marta. Tenía también ganas de enseñar a los demás su nuevo regalo de cumpleaños: un móvil aún mejor que el de Adrián.

Marcos entró después. También sonreía pero con más disimulo y en silencio. Venían los dos juntos. Por fin se reunía de nuevo el grupo que resolvió con éxito el misterio de la cueva de los Doblones.

Les encantaría encontrar nuevas aventuras para esas vacaciones, pero lo normal es que no sucediera nada en aquel pueblo perdido de los Montes de Toledo. Eso pensaba sobre todo Adrián. A él no le importaba la tranquilidad y el sosiego. Ya tuvo bastante el verano pasado, aunque sirviera para tener amigos.

-          Mirad las fotos –dijo Marta mientras les pasaba el móvil a Julio y Marcos-. Están chulas.

         Julio cogió el aparato y comenzó a pasarlas de nuevo. Era una forma de romper el hielo tras unos cuantos meses de relación indirecta. Esos meses se habían pasado entre mensajes y correos electrónicos. Ahora, cara a cara, se hacía más difícil.

-          Me las tienes que pasar, Adrián –pidió Julio mientras enseñaba su móvil.

          Había elegido un mal momento para llamar la atención sobre su teléfono. Todos estaban fijos en las fotos, menos Adrián. Ya se las sabía de memoria y observaba a la gente del bar mientras asentía sin prestar atención a lo que le había pedido Julio. La mayoría de los clientes se apelotonaban al lado de una estufa gris repleta de leños, pues hasta allí llegaba el calor. Debían estar sudando.

De vez en cuando se presentaba más gente en el bar. Se abría la puerta y el aire frío de la noche se colaba a toda velocidad. Todos los que llegaban se parecían, sobre todo cuando no se conoce a nadie del pueblo. Sin embargo, hubo dos que llamaron la atención de todos. Tenían un aspecto diferente. Se colocaron separados de la estufa, lo cual les puso casi al lado de los cuatro amigos. Ni siquiera pidieron en la barra, como si pensaran que alguien les iba a servir la bebida.

Había uno más fuerte que hablaba continuamente. Su voz ronca se hacía notar por encima del bullicio, aunque no se entendía nada de lo que decía. Su rostro presentaba señales de la varicela. El pelo rubio y graso indicaba que no era de allí y de ningún otro sitio cercano. Movía las manos al compás que sus palabras, con mucha energía. El otro compañero, más delgado y con cara alargada, asentía de forma automática. Era muy distinto. Tenía la piel morena y las facciones muy marcadas. No tenía  nada de pelo y no era porque se lo hubiera afeitado. Aún así, se le notaba extranjero, pero de un país distinto. Si uno solo bastaba para llamar la atención de los habitantes del pueblo, los dos superaban la imaginación de cualquier mente, incluso la de Marta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me ha gustado el arranque. Igual que el de La cueva de los doblones. Me encanta.