martes, 17 de febrero de 2015

Uno de los relatos de Un bosque para ti sola

Como llevo un tiempo sin añadir una entrada nueva, os dejo un pequeño relato de los que escribe en su blog Nino, protagonista junto con Alejandra de Un bosque para ti sola.


El hombre que robaba lo que nadie podía imaginar.

A Juan Sánchez se le había muerto la mujer, la primera y única que tuvo y tendría, porque su naturaleza apocada no le daría otra. De hecho, fue su esposa desaparecida la que le conquistó. Para él, aquella ocasión resultó milagrosa por lo que supuso para el resto de su vida. Una señora que lo cuidaba como si su madre hubiera resucitado, como a un niño mayor, que más o menos de eso se daba cuenta todo aquel que se relacionaba con él. Todos lo descubrían a los pocos minutos.

Pero ella había fallecido, de la forma más tonta, como toda muerte temprana, y nadie podría ya acercarse a Juan Sánchez, de profesión enterrador, pues los clientes hablaban menos todavía que él y sus familiares solo  lloraban sin reparar en nadie más. Era un hombre apocado que echaba la tierra sobre los ataúdes más variados.

Y ahora debía cuidarse solo, llevar  a cabo las tareas domésticas de su casa, ni siquiera ganaba para contratar a alguien y si así hubiera sido, ¿dónde habría encontrado a esa persona o cómo hubiera llegado a un acuerdo sin saber ni lo que quería o hablar más de las cuatro palabras seguidas que conseguía y eso cuando su mujer le sonsacaba la conversación que no tenía?

En el centro comercial, los carritos le parecían fórmulas 1 que corrían por el circuito a toda velocidad y a punto de atropellarlo. Igual que si decidiera cruzar la M-30 por allí, al lado de su casa, y él no veía un puente que lo salvara. Quizás la única esperanza era la que una vez le dijo su mujer: “Que sigas la corriente, Juan, que la  sigas, que no eres hombre suficiente para ir a la contra”. Así, decidió perseguir un carrito, el de un hombre de aproximadamente su edad. Veía cómo cogía lo que él precisaba, más o menos. Porque un hombre solo apenas tiene imaginación para tener necesidades distintas a otro en las mismas circunstancias.

Por último, el perseguido se introdujo en el pasillo de los higiénicos. Abandonó su compra unos instantes para evitar atropellar a la gente con su vehículo. Y Juan pensó que ya no le hacían falta más cosas, porque se agarró al carro, como si fuese suyo, y lo llevó corriendo hasta la caja más cercana.

Pagó en efectivo mientras su hombre despojado miraba por todas partes en busca de la compra desaparecida. A nadie le podía entrar en la cabeza un robo tan peculiar.

- Se habrá descuidado señor –le dijo un trabajador del gran almacén con aire de este hombre está bastante loco.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Hola! Me llamo Arturo y me gustaría preguntarte tu relación con Bueu. Me sorprendió mucho que fuera un lugar de referencia en la novela.
Gracias!

julio cesar romano dijo...

Buenas, Arturo. Allí estuve de vacaciones algunos años. Me gustó bastante. Espero volver allí. Un saludo.