lunes, 2 de abril de 2012

Primer capítulo de El gran prado de la codorniz

Os dejo el primer capítulo de la última novela que he escrito para lectores de 10 años en adelante. El tema prinicpal es la seguridad frente a la libertad. El riesgo por obtener algo mejor ante la duda de quedarse con lo que se tiene. Os gustará, aunque aún queda pulirla, mndarla a una editorial y que esta se decida a publicarla.

1.- La mejor casa

Aquel lugar era perfecto para las codornices. En invierno, su amo cubría el suelo de paja y el calor brotaba de las briznas, como si fuera la mejor calefacción. Además, al mediodía, por entre las maderas que cubrían la única ventana, entraban los rayos del sol para posarse despacio en la pared de enfrente. Allí, se reunían los pequeños animales y sesteaban en completo silencio. La comida y el agua nunca faltaban. El hombre rellenaba con sumo cuidado dos contenedores verdes tras limpiarlos con la sucia manga de su camisa azul. Pero eso sucedía en el peor momento del día.

Primero, sonaban unos pasos lejanos sobre una escalera metálica de color verde que terminaba en la sala. Un golpe y el posterior chirrido del cerrojo de la puerta gris, ponía en tensión a las aves. Sabían que venía el trigo, pero el golpe de viento que entraba a la vez, hacía que sus plumas revolotearan, también la paja. Entonces, el frío se apoderaba de sus finos huesos y corrían despavoridas de un lugar a otro. Algunas elevaban su medio vuelo e incluso se estampaban contra la pared.
         
          Así le sucedió a Elisa, la más joven de todas. Nunca se había elevado del suelo, pero aquella vez, impulsada por el instinto y el movimiento de sus alas blancas, despegó sin control hasta chocar con las maderas de la ventana. Aquello no pasó desapercibido para su amo. Cerró la puerta tras de sí y, después de colocar la comida y el agua, comenzó a perseguir a la codorniz voladora. El corazón del ave palpitaba hasta en su cabeza. La sangre le hervía en los pulmones.

 -          Tengo que parar- se dijo a sí misma.

 No podía más. Se acurrucó en una esquina, hundió su pico en el cuello y ahuecó las alas. Pensó en el gran prado de las codornices. Le habían hablado de él, era donde iban cuando la muerte les llegaba, pero aún era joven. Ni siquiera había puesto un solo huevo. Temió lo peor.

El hombre la cogió con suavidad. La palma de la mano izquierda apretaba el pecho de Elisa y dejaba las alas por fuera. Después, sacó de su bolsillo una pequeña navaja y comenzó a cortar las plumas más largas.


-          Hay que cortar tus vuelos, pequeñina. No te querrás escapar con el frío que hace fuera.

 Apenas notó dolor, pero enseguida se dio cuenta de que algo le faltaba. No supo ponerle nombre a aquella sensación. Era igual que si volviera a ser pequeña, recién nacida. Miró al resto de sus hermanas, las codornices blancas. Todas asintieron. Aquel rito formaba parte del precio por la comida y la bebida, por la habitación perfecta, por la vida sedentaria y alejada de peligros.


Elisa se dio cuenta de que la presión sobre su cuerpo disminuía. La mano ruda y agrietada la depositaba en el suelo poco a poco. Saltó antes de rozarlo y salió corriendo. La paja seguiría bajo sus patas durante un tiempo, hasta que sufriera una nueva poda de sus alas. Se unió al grupo que permanecía inmóvil en el rincón más lejano y frotó sus plumas con las de sus amigas. Pero aún no se sintió bien. Ni siquiera cuando el hombre se marchó, alejándose con él los ruidos metálicos, y pudo comer del trigo hasta llenar su buche. En el suelo había quedado una hoja de calendario que había caído del bolsillo del amo. Tenía una bella foto de una montaña nevada. Debajo, indicaba el mes que había acabado, noviembre.


Por la noche, todas las codornices blancas se juntaron para dormir. Sus plumajes blancos con minúsculas manchas grises y negras formaban un amasijo uniforme, similar a un enorme ovillo de lana. Entonces, la más vieja de todas comenzaba a contar la misma historia.


-          Cuando no pongamos ya ningún huevo y nuestro cuerpo esté endurecido por los años, el hombre vendrá a por nosotras e iremos al gran prado de la codorniz –hizo una pequeña reverencia al nombrarlo-. Allí, comeremos y volaremos sin temor, pues no hay otro animal distinto a nosotras.

-          ¿Ni siquiera el águila? –preguntó la que estaba junto a Elisa.

-          ¿Qué es eso? –dijo otra muy joven.


La vieja codorniz tosió para inflar su pecho. Después, extendió sus alas recortadas y levantó su cuello. Con el pico abierto todo lo que podía, respondió.


-          Aparece desde lo alto del cielo, con el mismo aspecto que yo, pero mucho más enorme, gigante. Te agarra con sus fuertes patas y te destroza con sus garras.


Los rayos de la luna que entraban por la madera de la ventana proyectaban la sombra de la narradora en la pared. La negra silueta allí marcada no podía ser más aterradora y algunas codornices agacharon su cabeza. No querían mirar.

-          Menos mal que vivimos aquí –intervino Elisa.

Aquella apreciación tranquilizó a sus hermanas. De otra forma, no hubieran podido dormir en toda la noche. Poco a poco, fueron cerrando sus ojos negros mientras el sueño las apresaba. Alguna se movió más que nunca, ajetreada por las peores pesadillas. Elisa soñó que volaba con unas enormes alas desde la ventana hasta la pared de enfrente.

5 comentarios:

Miguel Luis Sancho dijo...

El primer capítulo promete... Ya te contaré lo que me parece el resto.
¡Va a ser otro éxito!
Dentro de poco te la publicarán, ya lo verás.

julio cesar romano dijo...

Eso espero, gracias por los ánimos y por tu trabajo.

julio cesar romano dijo...

Eso espero, gracias por los ánimos y por tu trabajo.

César dijo...

Me interesa mucho el tema de la libertad frente a la seguridad. Cada vez me estoy convenciendo más y más de que la libertad necesita de la seguridad. Y ésta facilita a aquélla. Juntas posibilitan una existencia feliz. A las codornices y a los seres humanos. Eso sí, que al final haya un "gran prado" para todos. Seguiré esta novela tuya porque promete. Gracias por regalarnos historias tan sugerentes.

julio cesar romano dijo...

Gracias. Ya sabes que en el libro hay un planteamineto de elección entre libertad y seguridad. Además, creo que la libertad muchas veces es un acto que lleva a la inseguridad, aunque como tú dices, pueden ser complementarias.