
2 Las últimas notas
Raspi seguía tumbado sobre la nieve
helada y recordaba el calor de aquel día de verano no había ido ni una sola vez
a la piscina. Todo el tiempo lo había pasado delante de un libro, intentando
evadirse para evitar el aburrimiento. El resumen era muy sencillo: sudor, malas
caras y horas perdidas. Sus amigos desistieron de llamarle tras la primera
semana de las vacaciones. Aquella vez el castigo iba en serio. El ordenador no
tenía teclado y el móvil estaba sin saldo.
- No puedo mantenerte a la sopa boba –decía una y otra vez su
madre-. Es tu última oportunidad, si no estudias, a trabajar.
Desde
que su padre se había ido de casa, tras los gritos acostumbrados, el silencio
más horrible se adueñó de la casa. Por eso había decidido abandonar. ¿Para qué
iba a esforzarse? Durante años, se había dedicado a quitarse de en medio, a no
ser un problema añadido. Estudiaba, ayudaba en casa, tenía su habitación para
enmarcar. Sin embargo, no sirvió para nada. Su padre ya no estaba y él deseaba
seguir sus pasos, pues su madre lloraba continuamente. Se quejaba a cada
instante. ¿Pero acaso ellos habían hecho algo para que no sucediera aquello?
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El
joven intentó continuar con su caminata. Se abrazó al ancho tronco del abeto y
sintió la rugosidad de su corteza en el único trozo de cara que asomaba tras el
buzo de lana. El frío le llegaba hasta el corazón y este latía muy despacio.
Se
incorporó. Movió todos los músculos de su cuerpo para desentumecerse. Se frotó
las orejas. El dolor acabaría por despertarlo. Continuó con su marcha infernal.
Ahora empezaba lo peor, la ascensión hasta el paso del Rebollal.
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Aunque
aquel cinco de septiembre fue un día horrible, no le hubiera importado sentir
aquel calor sofocante. Sobre todo el que quemó su cara cuando se sentó frente a
su tutor. Aquel hombre alto, canoso y tranquilo estaba realmente decepcionado,
pues las notas que le entregó eran las mismas que en junio. No había recuperado
ni una asignatura.
- Tendré que hablar con tus padres.
- Será con mi madre.
- ¿Y eso?
- Mi padre se fue.
El
profesor llevaba muchos años en aquel trabajo, aún así arrugó el ceño y de sus
ojos se escapó el brillo de la compasión. Se puso en pie para tranquilizarse. A
pesar del calor, vestía con unos pantalones azules y una camisa impecablemente
planchada de manga larga. Se tocó el pelo espeso y blanco de su cabeza y
comenzó a pasear de un lado a otro, con pequeños recorridos.
- Llama a tu madre, haz el favor –dijo con
voz suave.
- No tengo saldo en el móvil.
- Pues dime el número.
Concertaron
una cita para el mediodía, cuando la madre de Raspi hubiera acabado de
trabajar. Cuando colgó, el tutor estaba arrepentido. Muy mala hora con calor y
hambre, pero no había más posibilidades.
- Quédate por aquí esperando. Quiero que
estés tú también – dijo a Raspi con aquella voz que mandaba sin mandar.
El
chico abandonó la clase, aquel lugar donde había pasado la mayor parte de su
tiempo en el último año. Aún quedaban algunos posters pegados en las paredes
con miles de grapas. En la pizarra había un aviso escrito con una caligrafía
perfecta:
“Los
alumnos que hayan aprobado todo el curso, deberán ir a secretaría para abonar
las tasas de solicitud del título de secundaria”
Aquello
no iba con él. Había pasado de unas notas aceptables a cero total en solo cinco
meses. Se rascó al cabeza. A pesar de que se había cortado el pelo más que
nunca en señal también de protesta, las gotas de sudor corrían por allí como
manantiales, hasta llegar a la punta de su nariz.
- Yo me voy –se dijo a sí mismo mientras
pasaba a toda velocidad por el largo pasillo del instituto.
2 comentarios:
Me gusta cómo va fluyendo la historia. Está muy bien llevada.
Pues ya solo me queda el capítulo III, no hay más. Pronto lo colgaré.
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