lunes, 28 de junio de 2010

Lo prometido es deuda.



Os dejo el primer capítulo de No escribas sobre tu muerte.



“Tú caes, hijo de Ébalo, arrebatado en la flor de tu juventud; yo estoy viendo la herida que me acusa. Tú eres mi dolor y mi crimen; necesario será que se escriba sobre tu tumba que mi mano te ha matado”. Las metamorfosis Libro X, capítulo V, la muerte de Jacinto. Ovidio.

CAPÍTULO I

- Sí, escribiré sobre mi muerte- dijo Jon Sullivan con voz potente.

La noche caía sobre Londres con sus penumbras y sombras. Por la ventana de su habitación entraban algunos rayos de luz rojiza.

En las calles resonaban los últimos carruajes en busca del descanso nocturno. A pesar del eco de las ruedas, Jon Sullivan se mantenía concentrado. Incluso con todos los ruidos externos, su casa victoriana situada en un barrio céntrico le servía como lugar de trabajo.

De su pluma habían salido los más horrendos crímenes y las más increíbles historias de miedo. Desde los pequeños relatos llenos de escalofriantes sucesos hasta las novelas más extensas de asesinos en serie. El éxito le había abierto su estrecha puerta.

Algunos pensaban que la mayoría de esos asesinatos habían acaecido en realidad, incluso después de haberlos narrado. Punto por punto. Son tantos sus escritos, que resultaba difícil diferenciar el límite entre la verdad y la ficción. Algún detective de Scotland Yard llegó a sospechar de él, aunque su teoría acabó en la papelera tras gustosas risas de los compañeros.

Nadie podía figurarse que aquel hombre de mediana edad, rostro enjuto, cuerpo absorbido por las horas de trabajo y mirada efímera, pudiera ser el autor material de tantas barbaridades. No se le conocía apenas ningún vicio, salvo el de escribir hasta altas horas de la madrugada y la ausencia de apetito. Comía sólo para mantenerse vivo. Bien podría pensarse que se alimentaba de las hojas de papel emborronadas que no le servían y acababan dispersas por el suelo.

Para su tarea diaria, se servía de objetos externos que le situaran en la atmósfera de sus relatos. Ardían velas por todo el despacho. Una lámpara de araña pendía en el centro del techo. En la mesa de trabajo, dos candelabros evitaban las sombras de sus manos sobre el papel. Por el suelo, había lamparillas casi consumidas que temblaban sobre las viejas tablas. Alrededor, en caóticas estanterías, los libros y sus personajes escondidos lo observaban desde la distancia. Parecían inclinarse hacia él para leer lo que escribía.

- Si no sientes verdadero pánico, no puedes trasmitirlo –se decía a menudo.

Ahora, Jon Sullivan buscaba el esplendor del miedo, el pavor absoluto trasmitido en sus escritos. La cumbre de lo horrendo. Para ello, había dado un paso más en esa exploración. Se adentraba en nuevas experiencias en busca del terror total. Esta vez, su pluma, la que siempre utilizaba, parecía correr por delante de su mano. Los trazos fuertes y diferentes a los del escritor, casi destrozaban el papel. Se hacían cada vez más y más gruesos.

Hasta ese momento, a nadie se le había pasado por la cabeza narrar su propia defunción. Necesitaba sentir el espanto cercano al frío mortal. Desafiar a la misma naturaleza y alcanzar el último límite.

En voz baja repasaba lo que su pluma garabateaba de forma apremiante y compulsiva.

“Todo está en orden: las velas, la ambientación, la soledad de la casa. Me quedan horas sin ninguna compañía. Me enfrento así a mis peores fantasmas y miedos, la muerte y la soledad. Seré el protagonista de mi relato. Sufriré lo que mis personajes han sentido en su piel por mi causa y de esta manera podrán vengarse de mí.

Comienzo a sudar sin una causa aparente. Siento frío, un estremecimiento recorre mi espalda. Nada de esto tiene una razón lógica, racional. Mi caligrafía se hace imprecisa por un momento.

Las luces tiemblan de repente, como si un aire suave las tumbara durante un instante. Me estremezco. Tengo total conciencia de que alguien mira por encima de mi cabeza y lee aquellas mismas letras que salen de mi pluma. Ésta vuela sin parar, con prisas. Parece desear mi muerte, que el destino final se anticipe.

Aquella sombra se va concretando contra la pared hasta convertirse en una figura tenebrosa. El silencio absoluto me infunde más temor. Sólo oigo el crepitar de las velas. Las llamas vuelven a moverse inquietas, igual que un caballo atado por la correa que huele a lo lejos una manada de lobos. La cera negra se consume dejando un extraño olor a azufre.

Sudo de nuevo por la frente, pero ahora sin una sola gota de agua. Mi mano, fría como la de un cadáver, intenta detener la pluma. Las venas se marcan. Adquieren un relieve inusitado y de color verde, como si fueran a explotar sin remedio. Necesito parar. Dejarlo. Romper el papel. Pero es imposible. Ni siquiera puedo alzar la cabeza para ver en todo su esplendor a mi asesino.

La pluma continúa, mis dedos la siguen. Yo sólo leo las palabras con mis ojos inquietos y aterrados.

La tinta negra muda su color. De negra a roja, como mi sangre. De nuevo un reflejo en la punta dorada.

Las fuerzas me dejan. Se nubla mi vista. Sin un golpe o cuchillada, mi vida me abandona escurriéndose sin más sobre el papel. Con mi última mirada, veo cómo mi pluma escribe estas mis últimas palabras.”

1 comentario:

Astarloa dijo...

OK.
Buen arranque. Me gusta cómo empieza la historia. Directo al grano.
Estoy deseando ver la novela editada.
Un capítulo sabe a poco.
MLS