El
hombre que robaba lo que nadie podía imaginar.
A
Juan Sánchez se le había muerto la mujer, la primera y única que tuvo y
tendría, porque su naturaleza apocada no le daría otra. De hecho, fue su esposa
desaparecida la que le conquistó. Para él, aquella ocasión resultó milagrosa
por lo que supuso para el resto de su vida. Una señora que lo cuidaba como si
su madre hubiera resucitado, como a un niño mayor, que más o menos de eso se daba
cuenta todo aquel que se relacionaba con él. Todos lo descubrían a los pocos
minutos.
Pero
ella había fallecido, de la forma más tonta, como toda muerte temprana, y nadie
podría ya acercarse a Juan Sánchez, de profesión enterrador, pues los clientes
hablaban menos todavía que él y sus familiares solo lloraban sin reparar en nadie más. Era un
hombre apocado que echaba la tierra sobre los ataúdes más variados.
Y
ahora debía cuidarse solo, llevar a cabo
las tareas domésticas de su casa, ni siquiera ganaba para contratar a alguien y
si así hubiera sido, ¿dónde habría encontrado a esa persona o cómo hubiera
llegado a un acuerdo sin saber ni lo que quería o hablar más de las cuatro
palabras seguidas que conseguía y eso cuando su mujer le sonsacaba la
conversación que no tenía?
En
el centro comercial, los carritos le parecían fórmulas 1 que corrían por el
circuito a toda velocidad y a punto de atropellarlo. Igual que si decidiera
cruzar la M-30 por allí, al lado de su casa, y él no veía un puente que lo
salvara. Quizás la única esperanza era la que una vez le dijo su mujer: “Que
sigas la corriente, Juan, que la sigas,
que no eres hombre suficiente para ir a la contra”. Así, decidió perseguir un
carrito, el de un hombre de aproximadamente su edad. Veía cómo cogía lo que él
precisaba, más o menos. Porque un hombre solo apenas tiene imaginación para
tener necesidades distintas a otro en las mismas circunstancias.
Por
último, el perseguido se introdujo en el pasillo de los higiénicos. Abandonó su
compra unos instantes para evitar atropellar a la gente con su vehículo. Y Juan
pensó que ya no le hacían falta más cosas, porque se agarró al carro, como si
fuese suyo, y lo llevó corriendo hasta la caja más cercana.
Pagó
en efectivo mientras su hombre despojado miraba por todas partes en busca de la
compra desaparecida. A nadie le podía entrar en la cabeza un robo tan peculiar.
-
Se habrá descuidado señor –le dijo un trabajador del gran almacén con aire de
este hombre está bastante loco.
2 comentarios:
¡Hola! Me llamo Arturo y me gustaría preguntarte tu relación con Bueu. Me sorprendió mucho que fuera un lugar de referencia en la novela.
Gracias!
Buenas, Arturo. Allí estuve de vacaciones algunos años. Me gustó bastante. Espero volver allí. Un saludo.
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