lunes, 20 de enero de 2025

Los pitidos de la mañana


 


¡Dios mío! ¡Qué solos se quedan los muertos!

Gustavo Adolfo Bécquer

 

El policía ya retirado solía levantarse tarde, pues se pasaba las horas de la madrugada escuchando la radio del Cuerpo de forma clandestina. Era incapaz de olvidar aquellos sonidos y los números convertidos en códigos que resumían un asesinato, un robo o un atraco. Tantos años de trabajo nocturno dejaban huella.

 Pero aquella mañana el ruido de la calle lo despertaría sin remedio. Los pitidos de los coches se metían por entre las mínimas rendijas de la habitación. Se dio la vuelta con la intención de continuar con su sueño. Nuevos pitidos. Enrolló el almohadón sobre su cabeza para esconder las dos orejas. El claxon del autobús atravesó la gomaespuma sin problemas. Gruñó e insultó a todo aquel que madrugaba y se exasperaba a esas horas de la mañana. Siempre había sido un lugar tranquilo donde la circulación no se detenía más de lo que el semáforo de abajo ordenaba.

 Por fin se levantó con los ojos endurecidos por el sueño. Se había enfadado. Incluso hizo un amago de coger la vieja escopeta de caza. Mala idea. A esas horas y sin dormir no razonaba con lucidez.

 Subió la persiana con brusquedad, lo cual provocó que bajara casi hasta la mitad otra vez. Un nuevo pitido se clavó en su mente, acompañado de un “hijodeputa” tan rápido que sonó como una sola palabra. Luego un “cabróóón” con triple acentuación. Este provenía de otra boca. Ahora una mujer increpaba con algo más de educación. “¿Nos hemos dormido, imbécil?”

 La escena que el policía jubilado contempló desde su primer piso se podía resumir en pocas palabras. De los dos carriles, uno estaba ocupado, justo el que servía para girar cuando aparecía el color ámbar. Un viejo Renault 12 amarillo, casi blanco por el paso del tiempo, se había detenido. El conductor estaba medio inclinado hacia la radio y no le interesaba nada de lo exterior. Parecía buscar las emisoras muy despacio.

         -          ¡Desgraciado! ¡Sal de ahí!

             Otro coche giraba en el último momento para cambiar al carril central y sobrepasar al culpable del atasco. El copiloto lo amenazó con el puño en alto mientras surgía del cielo un nuevo grito.

 -          ¡Que alguien llame a la policía!

         Esa voz era reconocible. La vecina de arriba siempre se había llevado mal con él y pretendía molestarlo con aquellas palabras. Entró dentro y se fue a por la ropa. La justa y necesaria para tapar el pijama que no se quitó. Más pitidos le hicieron arrugar el ceño. Había un desquicio en el ambiente que se había colado en su propia casa.

 Bajó las escaleras de dos en dos. Seguía en forma, no había duda, pues tardó poquísimo en alcanzar la calle. Otro claxon con voz aguda e intolerante. Un camión se había quedado atascado e intentaba subirse a la acera mientras esquivaba los pivotes de hierro. Más palabras malsonantes y con una fuerza tremenda. Por suerte, el paso no era para peatones y pocos estaban cerca de allí como para correr peligro.

 El hombre del Renault seguía inmóvil. Menuda sangre fría, pensó el policía. El problema es que ahora debía esperar a que pasara el camión. Más pitidos añadidos.

 -          ¡Desgraciado, mamón, imbécil, hijo de puta, cabrón!

     Todo eso salía de la boca del camionero. Había movido algo el semáforo con el parachoques de delante. Frenó y un silbido escapó por entre las ruedas. El hombre bajó con los puños cerrados. Su furia le encogía los labios y agachaba sus cejas.

 -          ¡Alto ahí! – le gritó con todas sus fuerzas el viejo policía.

         No podía permitir que se cometiera un delito delante de su casa. Corrió hacia él y lo detuvo justo cuando abría la puerta del Renault amarillo. Detrás había ya una fila interminable de pitidos insistentes. Nadie podía moverse ya, ni por un lado, ni por otro. Los pitos de los coches sonaban de forma ininterrumpida.

 -          ¡Soy policía! ¡Apártese!

         Aunque no pudo enseñar una placa, estaba tan acostumbrado a ser lo que había anunciado que el camionero no lo dudó. Este se quitó de en medio para observar con cara de pocos amigos al hombre inclinado sobre la radio. Le insultaría cuando viera su cara. Un bocinazo de autobús sonó a lo lejos. El viejo policía abrió la puerta del Renault amarillo.

 -          ¿Qué sucede? ¿No ve la que ha armado? – le preguntó al conductor que continuaba agachado.

         Un hombre mayor de escaso pelo blanco cayó al suelo al perder el apoyo.

 -          Imbécil, gilipollas, cabrón –añadió el camionero según vio el rostro amarillo del anciano.

-         ¡Dios! ¿No ve que está muerto? Ha fallecido entre insultos –corroboró el viejo policía.

         No hubo ningún silencio ni ningún respeto. Los estruendos de los pitos y bocinas que inundaban ya tres o cuatro calles impedían cualquier recogimiento por el difunto. Aún sonaban insultos entre medias del enorme ruido.

     -          Y digo yo…habrá que quitar el coche para que aparte mi camión. ¿No?

miércoles, 11 de diciembre de 2024


Os dejo un nuevo relato dedicado a los bancarios, que no banqueros.

 
EL BANCO EN TU MÓVIL

“La conectividad es un derecho humano”. Mark Zuckerberg, fundador de Facebook.

 Cuando a Jhon Jeremías Jhonson García le propusieron meterse en la aplicación del banco para móviles, creyó que se trataba de descargársela y hacer una prueba. Siempre había estado dispuesto a todo por mantener su trabajo y aquello no parecía muy complicado. Además, no le llevaría muchas horas de trabajo. Firmó el contrato sin leerlo.

 - Ahora realizaremos la prueba -dijo su jefe mientras doblaba los papeles.

- Como diga, señor director. Nadie me espera en casa.

 Esta frase de subordinación la había espetado tantas veces, que ya le salía como si no fuera él quien la soltaba, sino su yo más humilde y humillado. Salieron los dos, de forma apresurada, para entrar en un salón de actos a rebosar. Nadie quería perderse aquello. Se colocaron en una especie de escenario desmontable para que los vieran bien. El director general se colocó un micrófono inalámbrico en su oreja y comenzó a hablar.

 - Lo primero de todo, dar gracias a la empresa tecnológica Pro-antropos que ha hecho posible esta aplicación de móvil. Se trata de un avance enorme para la atención al cliente de más edad. Estos podrán acceder en cualquier momento y personalizaremos las respuestas para sus dudas. Todo será más humano para ellos. Con esta nueva aplicación -explicaba a todos los altos cargos que allí se habían reunido-, los mayores dejarán de venir a las sucursales. Podremos cerrar todas. Se trata de meter en la aplicación a uno de nuestros empleados, que estará disponible las veinticuatro horas del día. Este será capaz de atender a los posibles problemas de unos mil clientes…esa es nuestra estimación.

         En la pantalla donde se proyectaba la presentación, aparecía la foto de Jhon Jeremías de cuerpo entero. Después, en un pequeño video demostrativo se le realizaba un proceso de deshidratación.

         - Así de sencillo -dictaminó el director general. 

De una puerta blanca salieron dos hombres, también vestidos de blanco, con una especie de bomba de inflar bicicletas, pero que se usaba al revés. Cogieron de los brazos a Jhon Jeremías. Después, le introdujeron varias gomas por todas las aberturas externas de su cuerpo, con mucho pudor, para respetar su intimidad. Una vez unidas aquellas sustractoras a la bomba inversa, comenzaron a sacar todo el aire de su cuerpo. Le succionaron. 

- Esta es la primera fase. Este ejemplar de cajero dejará de necesitar aire para vivir. 

El pobre voluntario no daba crédito a lo que sucedía. Le estaban absorbiendo a toda velocidad. Pensaba que se trataba de usar una aplicación, nada más. No tuvo tiempo de reaccionar cuando se vio muy desmejorado por la succión. 

- Ahora, la deshidratación. Si se hace rápido, a pesar de las altas temperaturas, al hombre no le da tiempo ni a morirse. 

Lo metieron en una cápsula de rayos ultravioletas que lo dejó tan aplastado como una moneda en solo diez segundos. Recogieron del suelo la cinta bidimensional a la que se le había reducido. Parecía un chicle aplastado, pero seco. 

- Ahora se enrolla varias veces y se dobla hasta que alcance el tamaño del icono de una aplicación. Si se hace con cuidado, el rostro quedará ahí, para que todo sea más personal. Después se plancha…-el director ponía palabras al proceso que realizaban los hombres de blanco. 

Todo estaba previsto y el asunto no duró ni 5 minutos. Jhon Jeremías Jhonson García quedó reducido a un pequeño cuadradito de unos pocos píxeles. No pudo decir ni una palabra mientras asistía a su iconización. 

- Y ahora se introduce en el móvil vía cargador- el director general se calló durante unos segundos mientras sujetaba su propio teléfono-…y ahí está. He aquí al hombre dentro. Salude señor Jhonson García.

- Hola. ¿Qué desea señor cliente?

- ¿Tiene alguna duda, nuevo empleado del mes?

. ¿Cómo comeré?

- Tiene al lado una aplicación de supermercado. Compre lo que necesite.

- Vale. Gracias 

Hubo un aplauso general para el Director General. Este sonreía mientras sentenciaba. 

- Otra vez innovando. Las nuevas tecnologías harán más humano nuestro banco y nuestro mundo.

 

jueves, 5 de diciembre de 2024


Os dejo un relato mío de un nuevo proyecto. Espero que os guste.

 EL SÓCRATES MODERNO

 

J. J. J. había tenido una vida perfecta, totalmente perfecta. Ya desde el primer día nació en una familia donde los problemas se reducían a lo mínimo. Tras estudiar todo lo que necesitaba con matrícula de honor, ingeniería aeronáutica incluida, comenzó a trabajar. Enseguida consiguió un buen sueldo, unas buenas vacaciones y una chica con la que compartir el resto de sus días. Podría decirse que el único inconveniente hasta entonces había sido alguna gripe ocasional y el verano en el que le operaron de apendicitis. Poco más.

             En cuanto a su matrimonio, un largo contrato que redactaron y firmaron ambos, evitaba cualquier prueba o discusión, pues todo estaba regulado y decidido de antemano y un contrato es un contrato, no se puede romper o saltar, así como así. Los dos pensaban lo mismo con respecto a esta cuestión de preeminencia total de lo acordado.

     Tuvieron los dos hijos que querían y estaban firmados, un niño y una niña. Tampoco encontraron una desavenencia del destino en cuanto a sus deseos sobre el sexo de sus hijos.

 A los cincuenta años, decidió redactar otro contrato muy importante. Esta vez solo lo firmaría él. Se trataba de poner fecha al final de su existencia, como solía llamar él a la muerte. Su extinción como ser humano se llevaría a cabo el 17 de febrero, justo cuando cumpliera en ese día 65 años.

 - Y me arriesgo mucho -comentó con su mujer-. Quizás para entonces esté enfermo y no me libre de esa horrible posibilidad.

 Pero sí se libró y llegó a ese día con una perfecta salud mental y física. Justo un mes antes se le vio algo nervioso, poco normal en él. Su mujer le preguntó si le pasaba algo aquel día que gritó porque el pescado que le habían preparado en la cocina estaba un poco soso. Nunca le había oído levantar la voz, ni siquiera cuando se tiró durante las vacaciones de Navidad desde unas pequeñas cataratas con cierto riesgo para su cuerpo. 

- No me pasa nada -dijo con su acento anodino.

     No volvió a gritar, pero a veces se le veía pensativo junto a la piscina, retorciendo el reposa vasos con una mano, mientras daba un sorbo al último cóctel que le habían preparado. 

- No eres el mismo -le dijo su mujer desde la ventana. 

Aquello constituía una pequeña violación del contrato matrimonial. 

“Nunca se hablará de los sentimientos de cada parte contratante ni se pedirá explicación sobre los del otro”. 

J.J.J. la miró y se fue a su despacho. Ni siquiera alegó que el contrato debía ser cumplido en su integridad. Si hasta entonces habían sido dos extraños con una felicidad precocinada, ahora lo eran más todavía. Cualquiera hubiera apostado a que era imposible que se mantuviesen en la misma casa por más tiempo. 

Apenas se veían y nadie podría hablar de qué pasaba. Ni siquiera sus hijos, que vivían muy lejos de allí, solos, pues no tenían firmado ningún vínculo con nadie. Ellos volvieron el día señalado, el 17 de febrero, para asistir al “abandono voluntario de la vida” que había firmado su padre ante notario. En un alarde neoclasicista había decidido tomar cicuta, como Sócrates. Sería a las 12 de la mañana, hora en la que nació 65 años antes. 

- El señor lo tiene todo preparado. 

Junto a la piscina se había instalado una tribuna un poco alta con una mesita en medio. Para que todos vieran cómo moría. Allí se encontraban su abogado, su mujer, sus dos hijos, el notario, un médico y todo el servicio. Solo uno de los criados había permanecido en la casa más de dos años. La seriedad, dignidad y respetabilidad reinaban en el aire. Se iba a poner fin a una vida perfecta, intachable en cuanto a la ausencia de problemas, irreprochable por su actitud y herencia dejada a la sociedad. 

- Aquí tiene su cicuta, señor. A temperatura ambiente, como deseaba. 

El médico se acercó a corroborar que la cantidad era la necesaria. 

- Todo perfecto. 

J.J.J hizo un gesto de aprobación. Su mandíbula se apretaba como nunca y se notaba a distancia la rigidez de sus movimientos. Se le veían los pálpitos en las venas de la sien. Se las frotó con los dedos. Miró el reloj. Quedaba exactamente un minuto para abandonar todo aquello, como había deseado. Por su mente recorrió la película de su vida. Se reducía a tres asuntos más o menos importantes y muchos viajes, con una gran variedad de escenarios de la tierra contemplados. Luego le vinieron a la cabeza algunas novelas que había leído, muy pocas y por obligación, pues creía que aquello que se narraba en ellas no se correspondía con la realidad. Por supuesto, dada la situación, pensó en Sócrates y su majestuosidad al beber la cicuta, al cumplir con la ley, lo cual le animó. 

Cogió el vaso con la mano derecha. Era una copa del color del ámbar, con un armazón dorado que ayudaba a sostenerla sin que se notara el pulso tembloroso de aquel hombre de vida perfecta. El líquido de dentro bailó al acercarlo a los labios. Desde el reloj del salón llegó hasta la piscina el ruido de las doce campanadas del reloj de carillón. 

Separó la copa y la dejó sobre la mesa sin apartar la vista de ella. Estaba rígido como si ya hubiera bebido el veneno. 

- ¡Cariño, un contrato es un contrato, no se pude romper! 

La voz de su mujer taladró el cerebro del hombre. Realmente esa era la única realidad que sostenía al mundo. El cumplimiento de la palabra. 

Cogió de nuevo la copa. Se dispuso a volver a la nada, de allí donde había salido, ya que nunca había considerado que el hombre fuera distinto a una hormiga que moría y desaparecía. La nada y nada más. La cicuta volvió a acercarse a sus labios. Debía cumplir el contrato. Pero si no hay nada más, qué importa el contrato, qué importa cumplirlo, para qué sirve sino para que él desapareciera de forma estúpida. Su mente comenzó a buscar escapatoria. “Quizás me queden algunos años sanos, sin dolores. Podría seguir disfrutando. ¿Quiénes son estos para obligarme a morir? Solo yo puedo decidirlo”. 

En un último momento le vino a la cabeza el libro El coronel no tiene quien le escriba. Una novela horrible que contaba la vida pésima e infeliz de un personaje atado a una esperanza estúpida, la que le quedaba a él. Se sintió identificado, lo cual le hizo casi vomitar. De su boca salió la famosa frase final de aquel personaje iluso mientras arrojaba la cicuta al aire y corría como alma que lleva el viento. 

- ¡Mierda!


miércoles, 20 de noviembre de 2024

 

    
    

    Presentación del nuevo libro de Jesús Martínez. El 14 de noviembre presentamos El verano que pasamos en Sevilla. Segundo libro de Jesús Martínez. Tuve el placer de formar parte de la mesa. Os dejo lo que escribí para la ocasión:

    Un nuevo fruto de su esfuerzo. Todos los que escribimos sabemos lo que supone ese trabajo, las horas que hay detrás y los altibajos, porque a veces te falta muy poco para abandonar. Estás a punto de romper con lo hecho, abandonarlo en un cajón o incluso quemarlo. Unas veces crees en lo que haces, otras no. La vida son días continuos, sin ninguno igual. Todos diferentes, distintos, buenos, malos y regulares y así es el proceso de creación, muy parecido a una carretera rompe piernas. Subes y piensas que lo que estás escribiendo es insuperable. Lo lees al día siguiente y dudas de que tú mismo lo hayas escrito, pues no entiendes ni lo que pusiste. 

     Por eso, publicar un libro se asemeja a un parto de mucho tiempo. Por eso, detrás de una portada, unas letras y una contraportada hay más que esas palabras ordenadas. Todas y cada una de las frases son parte del creador, cada término ha sido elegido, cambiado o tachado una y otra vez. No resulta fácil. Hay más fe que esperanza y sobre todo cariño por los personajes que se crean, a los que deseas una larga vida mientras los mandas al mundo editorial, porque todos ellos llevan algo tuyo, como retazos rotos a jirones de tu imaginación.

     Y luego, viene lo más desagradable, la corrección, el trabajo de leer y releer, donde de nuevo surgen las dudas, donde vuelve a aparecer el fantasma del tiempo perdido con el que se lucha de continuo. Nuestro escritor, Jesús, ya lo ha vencido dos veces con La escolanía y el misterio del solista y El Verano que pasamos en Sevilla. Solo él sabe el sudor que hay detrás. Porque ha encontrado dos historias y todas las que lleva en la mochila o llegarán. Todo escritor es un cazador de argumentos, de personajes. Busca en la calle, en las noticias, en todo lo que le rodea. Quizás luego pueda contarnos cómo encontró y dio vida a sus protagonistas.

 Conocí a Jesús hace mucho tiempo, cuando hacía sus pinos en la revista Perkeo, nacida aquí, en este colegio. Heredera de otras anteriores como La carreta. De donde han salido ya numerosos escritores en tantos años de trabajo. Un taller literario con muchos años. Siempre hay alumnos que vienen y dedican una hora a hablar sobre sus propios textos de creación. Pocos pueden creer que este milagro suceda cada año. Jesús venía como de soslayo, de pasada, porque no tenía tiempo para más. Aun así, exprimía hasta el último segundo de sus visitas para luego ir a estudiar sus ciencias, que le tenían demasiado ocupado. Después, ha ido por otros caminos, de un sitio para otro, incluso hasta ha volado por el cielo, como el autor de El Principito. Su biografía es la de un escritor que acumula experiencias, que suma situaciones que parecen insustanciales, pero que, en el fondo, van fraguando la propia personalidad y el buen conocimiento de las demás personas que nos rodean, lo cual es indispensable para la escritura.

     Esto se aprecia en sus dos libros. Un conocimiento de las relaciones de amistad. Solo hay que ver los caracteres cambiantes de los protagonistas de La escolanía y el misterio del solista. Los chicos intentan resolver el misterio del compañero desaparecido entre discusiones y problemas propios de su edad, vaivenes que demuestran la realidad de cada adolescente. Es un libro interesante, que engancha, y en el que deseas, por un lado, alcanzar el final para resolver la intriga, con ese sentimiento agridulce de que ya no podrás leer más, de que no estarás inmerso en ese ambiente tan conseguido, pues no hay más páginas.

     Jesús se merece estos libros, pues los ha trabajado. Los ha ido montando como se monta una difícil maqueta casi real, como lo es la literatura, lleno de pegamento y a veces obligándose a continuar, a levantar la cabeza, con ese tesón e insistencia que tiene nuestro amigo. Superando un horario difícil y también cambiante, con muchos trabajos en uno y siempre con un fondo azul que lo anima, la literatura. Hay una virtud muy necesaria para escribir y esa es la constancia. A él, le sobra a raudales, por eso le esperan grandes éxitos. Escribirá y publicará más libros, aquellos que lleva dentro, porque mire donde mire, un escritor siempre encuentra una historia y muchas vidas a las que despertar.


Muchas gracias Jesús y a continuar.



miércoles, 11 de septiembre de 2024

 


El cazador de la muerte negra. Año 2024.

Resumen: Mauro se dedica al arte de construir catedrales, maestro cantero, huye de su pasado más terrible y se refugia en su nuevo oficio, acabar con la muerte negra, la peste que asola Europa. De forma concéntrica, el tiempo se va dirigiendo hacia el desenlace de la novela. Avanza el presente, pero también el pasado para descubrir los secretos de su vida. Ese interés se mantiene hasta el final en un recorrido por la España de su tiempo, del siglo XIV. 

Es mi nueva novela publicada en Amazon en papel. Si queréis adquirirla aquí os dejo el enlace. Os va a gustar. Seguro,

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martes, 13 de febrero de 2024

 

 La escolanía y el misterio del solista. ed. Adarve. Biblioteca de narrativa breve. Jesús Martínez Medina. 2023. para lectores de 12 a 14 años. Se trata de un libro de misterio, como anuncia su título, donde los personajes, jóvenes alumnos de la escolanía, deben resolver en primer lugar sus disputas y conflictos para apurarse en una búsqueda contrarreloj de un buen amigo, el solista del coro. Ello les lleva a una investigación precisa donde se une la extraña enfermedad del abad.

La historia se desarrolla en busca de un gran final donde todos los misterios abiertos se resuelvan. La intriga se mantiene hasta entonces y se cierra bastante bien con nuevos ingredientes de última hora. Está escrito con un buen estilo, aunque el autor hace alarde de algunas palabras desconocidas en busca de aumentar el nivel de vocabulario de los lectores. Los diálogos también son muy precisos y el ambiente de la escolanía muy logrado. Un buen libro.

jueves, 1 de septiembre de 2022

Nuevo libro;: Ignacio de Loyola. Soldado de Jesús


Nuevo Libro. Esta vez en la editorial Digest Reason. Una biografía novelada de San Ignacio de Loyola en el aniversario de su canonización.

La biografía comienza en medio de la batalla, allí donde el santo siempre estuvo, sobre todo en su vida espiritual, como soldado de Jesús. No es fácil encerrar en unas cuantas páginas la vida de San Ignacio de Loyola, pero eso se ha pretendido, hacer un resumen novelado de los acontecimientos que forjaron a uno de los grandes santos de la iglesia, cuya repercusión aún alcanza en nuestros tiempos, no solamente con su gran fundación, la Compañía de Jesús, sino con sus ejercicios ignacianos.

He pretendido con el libro acercar a los jóvenes esta figura de la iglesia que merece recuerdo y actualización. El estilo por lo tanto es claro y asequible, sin perder profundidad. Se ha novelado su vida, pero sin ir más allá de los hechos.

Espero que os guste.

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