LAS CIRUELAS VERDES
El día de todos los Santos salíamos de Calbote, quizá fuera una
costumbre ancestral o de pocos años ha, sin embargo, se olvidaba su origen en
nuestro escaso tiempo de edad y muy seguramente se trataba de una práctica
anterior a nuestro nacimiento. Todos los años queríamos y teníamos como
objetivo alcanzar los Riscos Altos, sierra de Altamira para los mapas. Llevaba
al menos una jornada subir y bajar, eso sí, si no olvidábamos nuestra meta por
el camino y comenzábamos a jugar de forma irregular al principio y constante y
en un lugar fijo al final. Algunas veces no pasábamos del depósito de agua
donde aún flotaban las olivas y no se atisbaba ni media cuesta o algún castaño
o nogal que justificase la subida a la sierra. Era la otra finalidad de la
excursión, coger frutos secos.
Un año, todos estábamos
seguros de que ya éramos lo suficientemente mayores y maduros para no sucumbir
en el camino ante los encantos de cualquier entretenimiento. No era el día de
los Santos, sino verano, principio o final, no recuerdo, sólo sé que las
ciruelas aún estaban verdes. Superamos el depósito de agua, blanco calafeteado,
a unos quinientos metros del pueblo, los olivares, llegamos a los primeros
pinos, la primera huerta. Alguien dijo que merecíamos un descanso y tuvimos que
votar. Algunos dudaban de que aquella parada fuera momentánea. Nos convenció un
ciruelo. Sus frutos aún verdes parecían irresistibles ante el paso apresurado
de la media mañana. Algunos trepamos y recogimos lo que nunca pensábamos que
fuera de otra persona sino de aquella que lo recolectara, es decir, nosotros.
Comimos y comimos, diez, algunos doce o trece. Era la hora de partir y así lo
hicimos. Poco tiempo pasó y la sed nos devoraba. Sólo uno de nosotros, siempre
el mismo, el más precavido llevaba su cantimplora de hojalata repleta de agua.
Hubo algunos intentos de que la compartiera, pero era realmente precavido y no
sería suficiente para nosotros y él. Siempre acabábamos resolviendo la
situación con maniobras de entretenimiento y acción por detrás. La cantimplora
no duró ni para los que se dedicaron a entretenerlo. Allí nos la bebimos los
que actuamos. Si hubiera compartido a lo mejor hubiera podido beber un trago.
Fue el primero en abandonar la misión de escalada a los Riscos altos. Sin agua
él no seguía, además, estaba ligeramente mosqueado. Le vimos desaparecer cuesta
abajo en la primera curva del camino.
Ahora ya lo sabemos, pero en aquella época no. Sin duda, gracias a la
experiencia, no se nos olvidará. No es conveniente beber agua tras una gran
ingesta de ciruelas verdes. Todo se licua en el estómago y las paradas se hacen
cada dos o tres minutos para desaguar. Nuestro destino, una vez más, era
inalcanzable. Sólo los que no bebieron agua se encontraban mejor, algo mejor
solamente, pues tenían bastante sed. Parecía que no podía suceder nada más pero
no era cierto. Apareció un señor que no estaba muy conforme con que uno de
nosotros desaguara cerca de él lo que había sido suyo y debía madurar aún en su
huerta. Blandía la garrota y la hacía girar sobre su cabeza. Fue la segunda
baja del día pues todos salimos corriendo como si necesitáramos descargar en
lugar seguro, es decir, nuestra casa, lo que habíamos sustraído. Tardamos muy
poco en llegar al pueblo, y eso que parecía que estábamos por fin muy cerca de
nuestro destino final. Algún día lo conseguiremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario