Pocas veces puedo hacer una
tortilla de patatas...y me salen bastante bien. El tiempo avanza más deprisa
ahora y este nos falta para las dos cosas más esenciales, picar muy pequeñitas
las patatas y batir los huevos hasta la extenuación. Mi primera tortilla fue
por obligación.
Los antecedentes son muy
sencillos, allí estaba yo pasando una época donde el reloj iba despacio, muy
despacio, en una ciudad de África montaba goniómetros, cañones, hacía
instrucción por la noche...Gracias a una de mis salidas nocturnas oí una de las
frases más célebres de la humanidad. “Por la noche se ve menos que por el día”.
Creo que nadie escuchaba pues aquel señor pudo seguir hablando sin ningún
problema sobre las luces de los coches y cómo había que mirar hacia otro lado
para no vislumbrarse. Detrás de una pared de entrenamiento para lanzar granadas
fumaba yo un cigarro sin ser visto, por la noche se ve menos que por el día. En
fin, comencé a coleccionar maniobras una tras otra e ir de turismo de vez en
cuando a Almería. Allí me encontraba cuando pedí permiso para dormir bajo un
coche mientras los legionarios daban patadas en la oscuridad. Aquello no sentó
bien y al día siguiente me encontraba yo solo tomando una colina cuesta arriba
cuesta abajo con al cartuchera, normalmente vacía, llena de piedras. Subía y
lanzaba una piedra-granada. Sólo me salvó de aquel momento glorioso y similar a
las películas de acción bélica la tortilla de patatas. Sí, yo sabía hacer una
tortilla de patatas, al menos se las había visto hacer a mi madre. Bajé la
colina, creo que había conseguido tomarla y acabar con el enemigo yo solo, y
pedí los elementos indispensables. Alguien me sugirió que hacía falta la sal y
abogué por una vida sana para deshacer mi terrible omisión. Tres ayudantes me
fueron asignados, una tienda de campaña amplia con cocina de gas, una sartén,
aceite, patatas, huevos y....sal, por lo visto a pesar de sus abultados
abdómenes todos tenían la tensión en su sitio. Esperaron a la puerta de la
tienda sentados y jugando a las cartas, recordando las mejores tortillas de
patata que habían comido en su larga vida. ¿Pues qué hacemos tú? Sonaba una y
otra vez en mi cabeza mientras intentaba visualizar a mi madre, que estaba a no
sé cuantos kilómetros de allí, en la cocina de mi casa pelando patatas en
primer lugar. Seguro que luego se deshacían, no importaba cómo las cortaran a
continuación. Yo echaba aceite a discreción en la sartén, sólo había dos formas
de hacer las cosas en la mili, así, a discreción, o en formación. Personalmente
prefería al primera por ser más fácil. Les mandé batir los huevos antes de que
me preguntaran aunque no sabía qué era eso. El mandado sí lo sabía, menos mal.
Movía la mano a una velocidad increíble, tenía mucho nervio el de Écija.
Aquello iba tomando cuerpo cuando alguien pensó que no era necesario freír las
patatas pues si no estaría muy duro el resultado final. Que no las muevas, sí a
buenas horas. Los picos de las patatas estaban casi quemados, quizá no fue
buena idea hacerlas alargadas. Quitamos el aceite, vimos que sobraba al echar
algo del huevo batido que se hizo tortilla francesa flotando entre las patatas.
Que cuánto queda, el vino los iba alegrando y necesitaban alternarlo con
comida. Aplastábamos aquello con ánimo de que fuera un poco más comestible y
laxo, al menos blando que no doliera al tragarlo. La presentamos con un trapo
en el brazo, allí mandé a otro, que yo no me atrevía. Risas y apuestas a ver
quién era capaz de probar el manjar. El hambre hacía milagros, no pasó nada y
quizá los divertimos un rato. Podían asegurar que aquella fue la peor tortilla
que probaron en su vida, por eso todos cogieron un trozo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario