lunes, 3 de febrero de 2020

COMIDAS CON RECUERDO VII

LA TORTILLA DE PATATAS



Pocas veces puedo hacer una tortilla de patatas...y me salen bastante bien. El tiempo avanza más deprisa ahora y este nos falta para las dos cosas más esenciales, picar muy pequeñitas las patatas y batir los huevos hasta la extenuación. Mi primera tortilla fue por obligación.

Los antecedentes son muy sencillos, allí estaba yo pasando una época donde el reloj iba despacio, muy despacio, en una ciudad de África montaba goniómetros, cañones, hacía instrucción por la noche...Gracias a una de mis salidas nocturnas oí una de las frases más célebres de la humanidad. “Por la noche se ve menos que por el día”. Creo que nadie escuchaba pues aquel señor pudo seguir hablando sin ningún problema sobre las luces de los coches y cómo había que mirar hacia otro lado para no vislumbrarse. Detrás de una pared de entrenamiento para lanzar granadas fumaba yo un cigarro sin ser visto, por la noche se ve menos que por el día. En fin, comencé a coleccionar maniobras una tras otra e ir de turismo de vez en cuando a Almería. Allí me encontraba cuando pedí permiso para dormir bajo un coche mientras los legionarios daban patadas en la oscuridad. Aquello no sentó bien y al día siguiente me encontraba yo solo tomando una colina cuesta arriba cuesta abajo con al cartuchera, normalmente vacía, llena de piedras. Subía y lanzaba una piedra-granada. Sólo me salvó de aquel momento glorioso y similar a las películas de acción bélica la tortilla de patatas. Sí, yo sabía hacer una tortilla de patatas, al menos se las había visto hacer a mi madre. Bajé la colina, creo que había conseguido tomarla y acabar con el enemigo yo solo, y pedí los elementos indispensables. Alguien me sugirió que hacía falta la sal y abogué por una vida sana para deshacer mi terrible omisión. Tres ayudantes me fueron asignados, una tienda de campaña amplia con cocina de gas, una sartén, aceite, patatas, huevos y....sal, por lo visto a pesar de sus abultados abdómenes todos tenían la tensión en su sitio. Esperaron a la puerta de la tienda sentados y jugando a las cartas, recordando las mejores tortillas de patata que habían comido en su larga vida. ¿Pues qué hacemos tú? Sonaba una y otra vez en mi cabeza mientras intentaba visualizar a mi madre, que estaba a no sé cuantos kilómetros de allí, en la cocina de mi casa pelando patatas en primer lugar. Seguro que luego se deshacían, no importaba cómo las cortaran a continuación. Yo echaba aceite a discreción en la sartén, sólo había dos formas de hacer las cosas en la mili, así, a discreción, o en formación. Personalmente prefería al primera por ser más fácil. Les mandé batir los huevos antes de que me preguntaran aunque no sabía qué era eso. El mandado sí lo sabía, menos mal. Movía la mano a una velocidad increíble, tenía mucho nervio el de Écija. Aquello iba tomando cuerpo cuando alguien pensó que no era necesario freír las patatas pues si no estaría muy duro el resultado final. Que no las muevas, sí a buenas horas. Los picos de las patatas estaban casi quemados, quizá no fue buena idea hacerlas alargadas. Quitamos el aceite, vimos que sobraba al echar algo del huevo batido que se hizo tortilla francesa flotando entre las patatas. Que cuánto queda, el vino los iba alegrando y necesitaban alternarlo con comida. Aplastábamos aquello con ánimo de que fuera un poco más comestible y laxo, al menos blando que no doliera al tragarlo. La presentamos con un trapo en el brazo, allí mandé a otro, que yo no me atrevía. Risas y apuestas a ver quién era capaz de probar el manjar. El hambre hacía milagros, no pasó nada y quizá los divertimos un rato. Podían asegurar que aquella fue la peor tortilla que probaron en su vida, por eso todos cogieron un trozo.

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