Aquellos días lejos de casa la
comida se hacía dura, de otro tipo. Así había nuevas experiencias gustativas de
las que ya hablaré o alimentos típicos, sólo cuando tocaba lata o plato
combinado número siete los sábados durante el paseo por las calles de Melilla.
Las latas eran de gran calidad, verdes por fuera, como casi todo lo que
tocábamos y con letras negras casi inapreciables que señalaban la futura
degustación. Estos manjares se reservaban para las maniobras y sin duda era el
segundo mejor momento del día. El primero sin duda sucedía cuando entrábamos en
el saco de la tienda de campaña.
Aquel día de noche cerrada las
luces lejanas de los carros no alumbraban ni su propio camino. Nos alejamos a
pocos metros para cenar nuestras latas, dos teníamos. El infiernillo para
calentar la comida era ciertamente original. Una placa pequeña con cuatro
cortes por los que se doblaba. Quedaba así una especie de mínima mesa donde
apenas cabía la parte baja de la lata. Debajo del aparato se introducía una
pastilla blanca que ardía sin consumirse para calentar la comida. Era
fundamental abrir la lata un poco para que no estallara. Si difícil es explicar
el proceso, más difícil es llevarlo a cabo a oscuras. Navaja multiusos verde,
lata verde con dos pequeñas aberturas laterales, encendido de la pastilla, creo
que no las consiguieron verdes a juego con todo, infiernillo montado y a
esperar. Todo aderezado con el tiempo escaso, sólo quince minutos para comer.
Bien, la lata de callos estaba calentada. Aún me quedaban diez minutos. Acabé
de abrir la lata con el maravilloso abrelatas. Metí el tenedor a oscuras y me
relamí antes de introducir la preciada carne en mi boca. Un gran trozo de
melocotón en almíbar caliente, casi ardiendo reventó en mi boca. Descubrí que
me quedaban dos opciones, o comerme el melocotón en almíbar caliente o los
callos congelados. Opté por lo primero. Los callos ya me los comería y así los
guardé para disfrutarlos en mi casa. Aún hoy me pregunto por qué las latas de
melocotón en almíbar verdes son más pequeñas que las latas de callos verdes tan
acostumbrados como estamos a que las primeras suelen ser gigantes.
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