PLATO COMBINADO NÚMERO 7
Durante la mili en Melilla, olvidarse de las comidas
caseras de las que disfrutábamos nos llevaba a cenar casi todos los días un
bocadillo de la cantina o de las calles de la ciudad. Paseábamos los fines de
semana todo el día fuera de nuestro lugar habitual. Buscábamos pequeños
paraísos distintos, como si nos dedicáramos al turismo. Allí tomábamos una
cerveza en el bar del puerto, en una terraza bajo un sol impreciso en aquella
época del año. Visitábamos las viejas murallas y veíamos los viejos cañones que
manipularan otras personas hacía ya bastante tiempo. Acudíamos al Parador
Nacional a por un café y un servicio limpio con todas las comodidades y accesorios
que usábamos de uno en uno. El helado en el pequeño parque de palmeras donde se
celebraban las fiestas de Septiembre con sus vinos dulces amontillados.
Nada sin embargo como el plato
combinado número 7. siempre el mismo los sábados al mediodía tras el
zafarrancho de limpieza de veinte minutos limpiando y dos horas disimulando que
se hacía lo ya acabado. El plato consistía en dos huevos fritos con su yema
amarilla sin clarear, patatas fritas y salchichas, todo con tomate frito sin
limitaciones. Primero los huevos que reventaban alegremente ante el pan que los
presionaba, después las salchichas, para acabar con el hambre y por último las
patatas alargadas. Todos seguíamos el mismo ritual, como acostumbrados a
imitarnos. Charlábamos y desde la parte alta del bar en al que estábamos
veíamos a los demás devoradores de platos combinados que intentaban olvidar.
Nunca más los volví a probar.
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