El COCIDO CON HIERBABUENA
Aquellas
temporadas con mis abuelos, veranos largos como ya no hubo, el olor de la
hierbabuena los acompañaba. Cocido dos o tres veces por semana, con aquel menú
sin perjuicios culinarios donde aún se consumían estivalmente los últimos
retazos de la matanza. Toda la mañana al fuego lento de la cocina de gas,
aquellos garbanzos recogidos, trillados y limpiados, menudos y sabrosos. La
hierbabuena flotaba sobre el caldo burbujeante. Se recogía del Huertecillo,
temprano. Cuando aún algunas mínimas gotas de agua del riego vespertino del día
anterior mantenían su frescura.
Comenzaba con el rin-ran de tomate
natural, cortado en trozos minúsculos con aceite y vinagre, una salsa para
untar el pan. Después los garbanzos, directamente, sin perder el tiempo en
sopas calientes con un sol certero entrando por la ventana. Conectábamos un
ventilador ruidoso que estaba al fondo de la cocina, sobre el viejo trinchero.
Tras el plato fuerte, el bocadillo de morcilla, luego pan con chorizo y para
acabar el tocino. Una mandarina por fin. Lo peor, al final. Mañana no podríamos
comer cocido de nuevo. Al menos habría que esperar otro día. Ese día solíamos
dormir siesta, sin forzarnos. El abuelo colocaba en mitad del patio una silla
pequeña de nea, bocabajo, sirviendo el respaldo de duro almohadón. Con las
piernas cruzadas, como casi siempre, dormía en el suelo mientras las moscas
picaban sus duras manos. La gorra tapaba la cara de estos furiosos ataques.
Roncaba mientras yo me iba en busca de un butacón para hacer el mismo trabajo,
sin prisas, pero con el espesor mental de una dura digestión.
Después iría a la piscina tras las dos horas reglamentarias para poderme
bañar y con mi bocadillo de salchichas en la barra de Viena. Aún recuerdo los
ataques de las hormigas que arrasaron con algo del relleno en perfecta
procesión y teniendo como punto de partida nuestro lugar preferido para la
merienda, la sombra del sauce llorón. Nuca se nos ocurrió liberarnos de la
plaga colgando los bocadillos, quizá pensábamos que estábamos por encima de
esos animales en la escala de la evolución. No podíamos rendirnos utilizando
sin más nuestra inteligencia superior.
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