martes, 21 de enero de 2020

COMIDAS CON RECUERDO V

LA PALMERA DE CHOCOLATE CON ANESTESIA



Entre una hora de estudio y otra acudíamos diariamente a una panadería, si teníamos dinero, lo cual lo situaba casi semanalmente, a comprar algún tipo de bollería, a veces la cosa era para tres, otra teníamos una para cada uno. Disfrutábamos de la merienda despacio, paseando cual jubilados por un parque en el que nuestra edad solo era vislumbrada por los demás transeúntes cuando se trataba de jóvenes con litrona en un banco. Así hablábamos de profes, del cole, de ahí nos conocíamos y de demás tonterías que debían ocupar la mente de casi niños que aún no pensaban en niñas. Íbamos quizá un poco retrasados en cuanto a estos temas. Nuestra única angustia existencial era algún examen o el recuento monetario comunitario para estas meriendas.



Un día de aquellos, corría yo apresurado por las calles, venía de abrir la boca en el dentista y con una de mis partes faciales entumecida y dormida por la anestesia local. Superaba mi paciencia y me agobiaba pensando en la posibilidad de comer o no una palmera de chocolate. Teóricamente debía esperar unas dos horas antes de cenar, pero bien me cuidaría yo de no morderme el lateral de la boca. Tenía un hambre mayor que el de otros días. Me tapé la boca con la bufanda para ver si la anestesia desaparecía antes. Allí iban mis compañeros de merienda, por la cuesta del parque. Tenían ambos su bollo de chocolate y yo pronto disfrutaría de esas láminas esponjosas que formaban la palmera. Les hice una seña cuando me vieron y me dirigí a la panadería. Pararon para esperarme. Pronto me uní a ellos para contarles lo cerdos que eran los dentistas y la plasta de anestesia. Tan ocupados estábamos hablando de muelas que unos expertos como nosotros en atracos callejeros, nuestro cole estaba en el corazón del Vallecas antiguo, no vimos a los perfectos asaltantes que se dirigían a nuestro encuentro. Allí venía el típico enano jefe de la pandilla gracias a la altura de su mala uva. Nos pararon y ya la fuga era imposible. Comienzan las humillaciones y vejaciones de siempre hasta comerse nuestras meriendas. Nos piden dinero y apenas juntamos entre los tres cinco duros. Tienen que arrebatarnos algo más, si no su orgullo se vería mermado. Un atraco de cinco duros no era para echar cohetes. El enano miró mi bufanda y la deseó. Comenzó a tirar de ella para deshacer el nudo. No podía, y quizá se sintió tan infeliz por desear una bufanda marrón clarita tan normalita, que según me abalanzaba hacia él una y otra vez ante sus tirones, me dio un puñetazo en la cara. Me quedé impasible. Todos me miraban pensando en el dolor que debía tener. Se dieron cuenta de que yo era más duro de lo que parecía. Ni una sola queja o grito salió de mi boca. Así, abandonaron su empresa.



-          ¿No te duele, tío?

-          Qué va, si tengo anestesia.



En mi casa, el dolor de la cara mas el dolor porque me había mordido por dentro por culpa de la anestesia, me llevó a la cama antes que otros días, una aspirina y un vaso de leche.

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